
En la celeste pequeñez de sus pétalos, la flor que conocemos como
“nomeolvides” guarda el recuerdo de una tan bella como triste historia de amor y debe su nombre a esa historia.
-Imagino dos chicos enamorados...
Ella: Silke; él, Erwin; los dos asisten a uno de los últimos grados de la escuela
elemental y, como buenos alumnos que son, se sientan en los bancos del fondo del aula.
Silke un poco más atrás, invariablemente. (Es que Erwin no se lleva muy bien que
digamos con las tablas de multiplicar...)
Sus compañeros se intercambian miradas picaronas cada vez que los ven alejarse
juntos, a la salida de las clases. Pero a Erwin y a Silke no parece afectarles. Es más, ni
siquiera lo advierten, entretenidos en sus charlas cuando abandonan el aula. Luego,
recorren las cuadras que los conducen desde la escuela a sus hogares, cada uno en su
bicicleta.
Se despiden frente a la relojería de la calle Wiesen. En esa esquina, Silke dedica
a su amigo la última sonrisa del día y éste le devuelve un guiño. Eso, cuando no están
enojados por alguna tontería...
¡Y continuamente los separa alguna tontería!
En ese caso, uno gira velozmente hacia la izquierda y la otra dobla hacia la
derecha, cada cual rumbo a su casa y como de costumbre, pero sin mirarse.
Sin embargo, las peleas entre ambos no duran demasiado. Erwin sabe qué hacer
para que los labios de su amiga se estiren en una nueva sonrisa: se las ingenia para
encontrar alguna hierba, hoja o flor que Silke no haya conseguido aún para aumentar su
colección, ésa que reúne en las páginas de un cuaderno de tapas blancas.
A ella le apasionan las plantas. Asegura que, cuando crezca, será la mejor
jardinera de toda Europa.
Entretanto, riega las macetas que se alinean en cada ventana de su casa y
colecciona cuanta hoja o flor encuentra, colocándolas con delicadeza en las páginas de
su herbario.
Claro que, para ella, las que le regala Erwin son las más preciadas.
Mira si no: debajo de todas anota el nombre de la especie, con su letra delgada y
derechita, pero siempre escribe varios renglones al pie de las que le obsequia su amigo.
O las distingue con breves rimas de su propia creación.
Es una joyita el herbario de Silke. Y ahora vas a saber por qué.
Abro el cuaderno de tapas blancas...
“HERBARIO DE SILKE” y, más abajo, “FELIZ NAVIDAD”, se lee en la
primera página. Son las únicas palabras escritas con letra gótica2 y no son obra de la
mano de una niña.
Desde la segunda página en adelante, pequeños ramitos u hojas solitarias,
manojillos de flores chiquititas o grandes ejemplares únicos, se suceden a lo largo de
casi todo el cuaderno. Están prolijamente dispuestos debajo de rectángulos de papel
celofán, frágiles vitrinas que evitan el deterioro.
Seca, inmóvil como una mariposa de ilustración, cada muestra exhibe forma,
textura, pétalos o nervaduras con toda claridad. A Silke le encanta pasar levemente se
dedo índice sobre cada una de ellas, mientras echa a andar su imaginación por los
caminitos que le señalan esta suerte de pequeños mapas vegetales... Por eso, escribe, por
ejemplo...
Margarita
-Tiene la cabeza rubia y usa cintas blancas como una chica que yo conozco... –
me dijo Erwin al regalarme esta flor. La había cortado un ratito antes de llegar a clase.
aún temblaban sobre sus pétalos las gotas de rocío.
La sacudí porque me parecieron lágrimas y no quiero que mis flores estén tristes.
Ramita del árbol de Navidad de Erwin
Junto con una pulsera hecha por él con agujas de pino, Erwin me trajo ayer esta
ramita. La adorné con estrellas recortadas del papel de los regalos. Es como si pudiera
guardarme para siempre un retacito de la hermosa Navidad que pasamos.
Rosa
Esta rosa de pétalos marchitos...
Esta rosa flotaba en un charquito...
Mi buen Erwin la salvó
del olvido.
Que nos una a él y yo,
Hoy le pido.
Tal cual te dije antes, Silke muestra su preferencia por las hojas y flores que le
regala Erwin. A las que ella misma ha recogido, sólo las nombra.
Así, se van intercalando y sumando “violetas de los Alpes”... “hojas de
muérdago”...“clavel”... “anémona”... “azahares”..."tulipanes" ...
“campanillas”... “pensamientos”...
La colección se interrumpe, de repente, cuando aún quedan por usar muchas
páginas del herbario. Como a las anteriores, el paso del tiempo las ha amarilleado pero
éstas, acaso por lo desiertas, parecen más melancólicas...
Hay que llegar al final del cuaderno para encontrar nuevamente flores. Es un
manojito de nomeolvides. Silke lo anuncia inmediatamente debajo, antes de escribir las
líneas con que concluye el herbario.
Después volveremos a esta última página. Ahora cierro el cuaderno y te pido que
prepares tu corazón para escuchar el desdichado final de esta historia.
Sí. Termina mal. Ya te advertí al principio que es tan bella como triste... Es
cierto, podría inventar un final feliz, pero eso sería mentirte, porque la vida también trae
penas gigantescas.
Voy a contarte, entonces, lo que sucedió mientras el cuaderno quedó olvidado.
Para ello...
Elijo un río en el mapa alemán (me decido por el Isar)
A caminar junto a sus orillas van Silke y Erwin. Es día de excursión. Pero no
van solos, por supuesto; son demasiados niños todavía... Herr Berger, su maestro, y
todos los compañeros marchan con ellos.
Erwin y Silke pronto se las arreglan para quedar un poquito rezagados.
¡Qué delicioso es escapar por unos minutos de la vigilancia del maestro, sacarse
los zapatos y retozar descalzos sobre la hierba!
-¡Si nos viera Herr Berger! ¡Los dos a los primeros bancos, como penitencia,
durante una semana!
Pero Herr Berger no los ve, seguro como está de que ninguno de sus alumnos se
atreverá a desobedecer su orden de no apartarse del grupo.
Aunque.. ¿es que Erwin y Silke están en realidad desobedeciendo?
No, son chicos, simplemente; chicos distraídos por el sol; chicos embriagados
por el aire libre de esa mañana; chicos enamorados que juegan a ver quién de los dos
encuentra primero una flor para el herbario...
-¡Te gané, Erwin! –exclama de pronto Silke- ¡Florcitas celestes!
-¿Dónde?
-¡Allá, en la ribera! ¡Más adelante!
-¡Voy a cortarte un ramito!
Y disparando sale el muchacho, hacia el sitio que le indica su amiga.
-¡No, Erwin! ¡Es peligroso! ¡No te acerques al borde! ¡Me basta con mirarlas
desde aquí!
Sordo a su pedido, Erwin va hacia la orilla del río hasta que Silke no distingue
más que su luminosa cabeza rubia.
Corre ella detrás. Casi lo alcanza en el momento en que él arranca un ramillete.
Entonces, la pena gigantesca: Erwin da un traspié y resbala al agua.
Logra arrojarle el manojito a su amiga, mientras el mismo grito desgarra su
garganta y el corazón de la niña: -¡No me olvides!
No me olvides... “Vergiss mein nicht”, en idioma alemán.
Se lo lleva la correntada.
Son inútiles los desesperados intentos de salvarlo que hace el maestro.
No me olvides...
A los pies de Silke, dispersas aquí y allá y sin saberlo, un montón de florcitas
silvestres acaban de recibir su nombre.
¿Volvemos a abrir el cuaderno?
Su última página.
Debajo del ramito seco se lee:
-Ya pasaron tres meses sin Erwin.
Ayer a la mañana, mamá me llevó a visitar su sepultura por primera vez.
En cuanto me dijo que ya podía empezar a levantarme, le rogué que me
permitiera ir al cementerio.
Al principio se negó. Tuve que insistir mucho para obtener un sí.
Aunque mis piernas no están aún lo suficientemente firmes y me parecía andar
sobre algodones, me siento bastante mejor de salud, casi repuesta.
Por eso no entiendo por qué, en cuento volvimos a casa, mamá me ordenó que
regresara al lecho. Dice que todavía no estoy curada, que la debilidad me hace ver cosas
inexistentes. Telefoneó de inmediato al Doctor Helbig, quien me revisó anoche y volvió
a visitarme este mañana. Se acaba de ir. Luego de cuchichear con mamá en la sala, me
recomendó más reposo y reforzó la dosis de los medicamentos.
Sin embargo, yo sé que no fueron visiones...
¡Cómo se recorte entre el verde de alrededor!
Porque la hierba que crece sobre el lugar donde descansa mi queridísimo amigo
es celeste. Celeste.
Como estas florcitas silvestres que bauticé “nomeolvides”.
Elsa bornemann
"No somos irrompibles"